martes, 5 de noviembre de 2013

MAGNUS




Me quedé con él cuando tenía 13 años (él), apareció en una entrevista de El País, después de no sé qué ronda iba primero en el Linares, en aquel momento el más potente torneo de ajedrez del planeta, el único campeonato, por aquel entonces, que te daba la oportunidad de ver enfrentarse a Kaspárov y Kárpov, ya que Kaspárov se había montado su propio campeonato y dejó de participar en el campeonato mundial oficial.
La entrevista descubridora no la recuerdo demasiado bien, en realidad no recuerdo casi nada de lo que decía en ella el chico de 13; con el paso del tiempo, sólo recuerdo de aquella lectura que le gustaba leer, que iba poco al cole (¿un par de meses al año?), que le preguntaron si había leído algo o si conocía algún escritor español (menuda pregunta para un chaval de 13, lo del escritor español) y el tío suelta - me he leído un par de veces el Quijote (no sé si esto me lo estoy inventando o era así, pero a mí me gusta). Bueno, aunque no recuerdo sus contestaciones ni las preguntas, recuerdo (cosa que me sucede constantemente) la sensación, la impresión que me dio. Me cautivó y desde aquel momento me quedé prendado de él, yo siempre había sido de Kaspárov pero, desde aquel momento, ya tenía un nuevo ídolo, un sustituto, un tío de 13, que tenía por delante toda una esperanzadora carrera.
El ser superbueno en algo, el ser prodigio en un campo no da ninguna garantía de éxito total, él estaba claro que era especial, muy especial, G.M. Con 13, el más joven de la historia y de los pocos niños que lo habían conseguido en la historia del juego más complejo y divertido que existe. Este récord de precocidad se lo arrebató a Judit Polgár (casi seguro), que lo logró cuando tenía 15 años, por delante de Fischer o Kárpov o Kaspárov; una chica que sus padres, maestros de escuela, nunca llevaron al colegio. Pusieron en práctica con sus hijas (los padres de las Polgár) un sistema de estudio escolar, en casa, donde todas las materias circulaban alrededor de ajedrez.
El ajedrez son matemáticas, es dibujo lineal, es arte, es improvisación, desarrolla la memoria, la imaginación, la concentración, potencia la toma de decisiones inmediatas, la personalidad, hay jugadores defensivos, los hay agresivos y los hay que buscan la belleza y un largo etcétera.
Hay partidas muy bonitasque, cuando son bellas, en ese momento, elevan el juego a la altura de arte, arte con mayúsculas, al igual que lo puede ser un cuadro o una muy buena improvisación de jazz. Estas partidas especiales glorifican al que las hace, pero en realidad no toda la gloria es del ganador ya que, para que surja esta belleza, el perdedor tiene que ayudar tragándose la trampa (normalmente necesaria), el derrotado debe ayudar a que el imaginativo y romántico ganador pueda culminar su obra con éxito y conseguir la victoria (objetivo del juego y necesaria para que la partida sea considerada una obra de arte). Siempre se premia con el trofeo a la belleza, al ganador de la partida más hermosa y es él (con todo derecho) el que levanta al final del torneo el premio, aunque haya quedado último (cosa poco probable), el trofeo a la partida más bella; pero sin la inestimable ayuda del perdedor, nunca lo lograría, las partidas más bellas siempre tienen un engaño, la celada, un sacrificio que ofrece el ganador al perdedor de forma premeditada y calculada, una suculenta pieza o varias, que el futuro perdedor engulle sin imaginarse lo que le espera a la vuelta de la esquina, sin que su mente se percate del peligro que conlleva llevarse el regalo (es la vida). Por poner un caso, recuerdo una partida de Judit Polgár de muy jovencita; fue en unas olimpiadas (las hermanas Polgár, por sistema, nunca jugaban en campeonatos sólo para chicas, estas olimpiadas las jugaron por presión gubernamental), en la partida sacrifica no menos de tres piezas, entre ellas un cambio de dama por torre, para obtener una espectacular y bellísima victoria. Esta partida corre por internet. está comentada por Leontxo García, que explica muy bien lo que Judit busca, muchos movimientos antes de que su contrincante se diese cuenta del desastre posicional en que se había metido y en consecuencia de su futura derrota, eso sí, después de haberse metido un buen banquete (la perdedora). Me estoy liando, quiero escribir de otra cosa, de ajedrez, pero de mi descubrimiento. No tengo remedio. A ver si ...
las hermanas Polgár son todas unas superclase en el ajedrez, aparte de chicas amables (he seguido más a Judit) y muy majas. Eso lo comento porque hay gente que piensa que el ajedrez te vuelve un raro, claro que eso también pasa con cualquier otra actividad (creo que va más con la persona que con el hecho de ejercer una actividad concreta). Recuerdo cuando la gente flipaba con lo de que una mujer pudiese ganar a los hombres (menuda tontada), claro que era el primer caso y, a diferencia de otros deportes, aun siendo los campeonatos oficiales (olimpiadas o mundial) de chicas o de chicos, como ocurre en todo deporte, en el ajedrez las chicas que llegan al nivel (puntos elo necesarios) pueden participar en cualquier torneo, y por supuesto Judit lo ha hecho. Me estoy enrollando una vez más, porque yo no quiero hablar de ajedrecistas, ni siquiera de las virtudes del juego; quiero hablar de algo que esconde el juego y que un día descubrí.
Me he liado.
Una cosita más antes de empezar, quiero nombrar el debut del chaval de 13 en el Linares, que logró victoria con sacrificio de caballo. Un portento. Me parece que en este Linares hizo tablas con el brutal Kaspárov, y Anand, y quizá hasta ganó a Kárpov (yo verificaría estos datos), lo que está claro es que el chaval prometía.
Antes de escribir de lo que quiero exponer hoy, tengo que contar un poco sobre de dónde viene mi afición al ajedrez. Recuerdo que las piezas me las enseño a mover mi primo Eduard en Perpignan, en Perpignan seguro, me parece que fue mi primo, por descartes. Pero el que de verdad me pasó su pasión y el amor al juego fue Antonio Fernández Crespo, El Crespo, un gran jugador y sobre todo un buen maestro, algún día escribiré algo sobre él, seguro que serán varios capítulos.
Como me he enrollado tanto, voy a ser escueto en lo esencial, voy a intentar contar, exponer lo que quería escribir desde un principio, de una forma rápida.
Cuando empiezas una partida, no sabes lo que va a pasar.
Antes de seguir voy a contaros que... (es broma).
Voy a intentar contar lo que me pasa cuando juego y lo que un buen día descubrí en el tablero y que yo no controlaba, descubrí un secreto que guardan las fichas esparcidas, vi la parte que no controlas, que tiene vida propia. Hablo de mi sensación, la sensación que tiene una persona de nivel muy bajo, que sólo juega para divertirse y no en demasiadas ocasiones, un aficionado que, aparte de lo que aprendió con El Crespo, no ha vuelto a estudiar, sólo jugar por jugar, sin más.
La cuestión. Cuando empiezas a jugar no sabes qué va a pasar, aparte de tres o cuatro jugadas, lo demás que ocurre es nuevo para mí, supongo que a la gente que juega ya con nivel eso le sucede más adelante.
Te vas posicionando, preparándote para afrontar la batalla, que quieras o no va a llegar (la vida), vas colocando piezas en los cuadritos, fijándote en lo que tu contrincante hace, intentando ver si te da alguna oportunidad. Siempre es distinto, cada partida tiene su principio, su batalla y su final, pero en cada ocasión es diferente, cada nueva partida (aventura) es distinta.
Jugué cientos de partidas, quizá miles, sólo pensando en que era un juego que yo controlaba, que lo inmediato era lo importante, no pensaba demasiado en el futuro e iba saliendo de los problemas según iban apareciendo. Pero un día descubrí algo y me quedé alucinado con el hecho.
En una partida que vi claramente que iba aganar, me quedé mirando mis piezas, todas colocadas de una manera perfecta, todas y cada una de ellas en un sitio que impedían cualquier intento de ataque de mi contrincante (la vida), ellas (las piezas) puestas en aquellos sitios, algunas las había colocado yo, pero otras ni siquiera se habían movido en toda la partida, y todas estaban en su sitio, idóneas, invencibles. ¿Quién lo ha hecho? ¿Quién ha pensado en colocarlas en este sitio tan perfecto? Yo no. Yo sólo empecé pensando en hacerlo bien, poco a poco, en solventar los problemas que me iban surgiendo, pero de pronto ahí están, todas en el sitio perfecto y en cambio las del adversario, encerradas sin saber dónde ir, mejor dicho, sin tener lugar ante mi perfección. Yo supongo que, a los grandes, eso igual les sucede de forma controlada pero, entonces ¿por qué vence uno y no el otro? Quiero pensar que, en ocasiones, el tablero (la vida) cobra vida propia y premia el trabajo bien hecho, te echa una mano sin que tú te des cuenta; cuando eres consciente de ello, es muy hermoso, es como entender (supongo) el firmamento (la vida) o algo así, no sé muy bien cómo explicarlo.
Toda esta brasa se me ha ocurrido porque este sábado día 9, empieza la final del campeonato del mundo, donde Magnus Carlsen, vencedor del torneo de candidatos, el número uno del mundo con la puntuación Elo más alta de todos los tiempos, el chaval que con 13 años hizo tablas con Kaspárov, el número uno más joven de la historia, se va a enfrentar al hindú Anand, que ostenta el título de campeón del mundo y, aunque el hindú me cae muy bien y es o parece muy buena persona, además de haber demostrado en los últimos años que es un especialista en defender su título, yo quiero que gane Carlsen, quiero que venza el chaval que me cautivó en el 2007 y al que sólo le queda proclamarse campeón del mundo para ser el más grande de todos los tiempos. Para mí, ya lo es, más de 2.870 puntos Elo le avalan.
No siempre el ser prodigio en algo garantiza un buen resultado final, el llegar a la cima, pero en este caso no me equivoqué al creer que él iba a ser el nuevo rey. Si logra proclamarse campeón, va a nacer una nueva estrella que va a relanzar la magia ajedrecística fuera del plano de los torneos, al igual que hicieron en su momento Fischer o Kaspárov. Es la vida. Creo.