martes, 1 de enero de 2013

PARA ESTA NAVIDAD, UN CUENTO



Estoy volando.
Retilgrog, éste es el nombre de mi planeta. Los últimos 500 años fueron un sin vivir, la ciencia tenía que avanzar a gran velocidad para permitir nuestra supervivencia. Primero fue el gran acuerdo, después nuestra ciencia logró la inmortalidad. Demasiada gente.
Hacía ya más de 2000 años que el dinero había dejado de existir. La ciencia había avanzado demasiado, y eso que intentaron evitarlo (el crecimiento científico), se dieron cuenta de que era contraproducente para sus intereses (ricos y poderosos), empezaron a mover sus hilos en gobiernos, universidades y empresas, colocaron de rectores universitarios, de jefes de proyectos científicos y de gobernantes a mediocres, los que manejaban los hilos planetarios buscaron a gente que cubriera sus objetivos, que culminaran su nuevo plan. El primer paso fue dar relevancia a cierta gente, que por supuesto se creyeron especiales, les dieron notoriedad a ciertas gentes escogidas de manera minuciosa, todos ellos con un perfil común, eran mediocres y sin escrúpulos, sin ningún tipo de ética, lelos a los que premiaron, a los que presentaron a la sociedad como grandes. Y lo grave no es sólo que la sociedad, en un principio, se creyese que eran gente inteligente e incluso necesaria para arreglar los problemas de convivencia y fatalidad que nos rodeaba, lo duro era que esos personajes se creyeron que eran especiales, únicos y los mejores, se pensaron que los demás no se enteraban de nada y que lo que ellos proponían era lo correcto, lo imprescindible, que pasarían a la historia como los colosos que todo lo solucionaron. Recortaron las subvenciones científicas, hicieron la vida imposible a las gentes de más valía, dejaron sin trabajo a millones de personas, bajo la promesa de que todo se arreglaría, que era cuestión de tiempo, que era momento de abrocharse el cinturón, de recortes, que todo se solucionaría en un par de años, pero no lograron evitar lo inevitable. Avaricia. La mano de obra ya no era necesaria, fueron ochenta años de dolor y hambruna, la gente que tenía negocios no quería bajar su nivel de vida, los obreros eran cada vez más pobres, la clase media fue desapareciendo paulatinamente, pobreza total, los ricos cada vez eran más ricos. Pero eso no pudo continuar. El canibalismo se impuso en los barrios donde el hambre se instaló, en los lugares del sur la desnutrición estaba instaurada hacía ya cientos de años, la violencia estaba a la orden del día, asesinatos y robos continuos; los efectivos policiales, que cada vez eran más y más corruptos, no daban abasto. Entonces el descontrol fue total, la sangre se extendía y la violencia deterioró todo el planeta. La muerte del presidente de la república de Lacradia (el país más poderoso) de manos de su propio guardaespaldas fue un antes y un después, el ejemplo prendió como la pólvora y, por mucha seguridad que tuvieran los poderosos, fueron cayendo de uno en uno; los últimos abandonaron sus bienes, el dinero dejó de tener valor y entonces fue cuando apareció Stricton, la persona que lideró el camino a la paz y al bienestar, la gran comuna se impuso y el sentido común y la ética empezaron a gobernar nuestro mundo.
El nuevo mundo.
Muchos años pasaron hasta organizar la igualad humanitaria total. Costó su tiempo que la gente fuese solidaria. Fue complicado ubicar a las personas en tareas que les gustasen o fuesen necesarias, la telaraña planetaria era muy compleja. Pero, al fin, se impusieron la lógica y la igualdad, la desaparición de los ejércitos y de la propiedad privada. Un único gobierno que iba cambiando cada cierto tiempo y una policía universal que también iba cambiando, ésta por edad de los efectivos o por malos hábitos. Y lo más importante: una única ley, cierta y auténtica.
El apoyo a la ciencia fue total, fe ciega y creencia absoluta en que los logros científicos debían ser la piedra angular de esta nueva sociedad. La ciencia avanzó y avanzó, no tardamos demasiado tiempo en conseguir la inmortalidad (ayudó mucho en ello la desaparición de las grandes empresas farmacéuticas). El aire volvió a ser totalmente puro, las aguas también, las conversaciones también, llegaron las ciudades sin ruidos, desaparecieron las cerraduras, volvieron las bicis sin candados. Fueron años muy felices para la mayor parte de la gente.
Cuando las enfermedades dejaron de matar y los accidentes graves eran casi inexistentes, llegó el primer gran problema de la nueva era: la superpoblación. La primera medida fue la esterilización (efectiva y suficiente). Era obvio que llegaría un punto en que la población sería de aspecto envejecido. Había que buscar una solución. Entonces, todos los esfuerzos de nuestros científicos, fueron conseguir frenar el envejecimiento, y lo consiguieron en menos de un año. En realidad, el freno total fue algo más paulatino. Ya los primeros fármacos conseguían que diez años vividos se mostraran en nuestros cuerpos como uno, eso a la gente mayor de cuarenta, en realidad entre los cuarenta y los sesenta. El efecto entre las personas menores de cuarenta con pelo rubio era de cada nueve, uno. Curiosamente, a las personas de las mismas edades y con el pelo de otro color era de cada siete, uno, siendo esto sólo en esta franja de edad de la primera parte de la antigua vida. A los mayores de sesenta, de cada quince años vividos se mostraba uno en su cutis, en las mujeres de esta misma franja de edad, de cada quince vividos, tres se evidenciaban en sus cuerpos. A los cinco años, lograron detener del todo el envejecimiento corporal. Después, la ley, junto con lo de la estrella, fue lo que me llevó a mi decisión. Todos nos quedaríamos con el aspecto que teníamos en el año 77563 de nuestra era (yo voté en contra). El problema fue los niños y se decidió frenar el crecimiento con doce años, el aspecto sería de doce pero sus mentes seguirían creciendo al igual que las de todos nosotros.
Esta ley me fastidió un poco, yo me quedaría con mi aspecto actual, cientos de años, con mi barriga, con mis mofletes rosados, con mi barba blanca, miles de años con 72 años, pero bueno, la cosa no estaba nada mal.
También teníamos la opción del sueño eterno, de abrazar la muerte voluntariamente, siempre sin dolor. Todo estaba calculado, todo menos una cosa.
En el 79483, el grupo de científicos de la Surlante descubrió algo que nos preocupó mucho: a nuestra estrella le quedaban 80 años de vida. En realidad ya se había empezado a apagar y a partir del año 79563 podía explotar; los cálculos no eran del todo precisos, pero los científicos dieron este margen de seguridad. A partir de ese momento, la desintegración de nuestro sol podía ser posible y ello evidenciaba la desaparición de nuestro planeta, de la vida en nuestro planeta. La verdad es que después de tanto tiempo sin hablar de la muerte, sin pensar en ella, volver a sentirnos mortales no nos sentó nada bien. Entonces se decidió dar una oportunidad a quien quisiera ir a otro planeta y empezar una nueva vida en él. Se flotarían naves suficientes para lograr este objetivo, a cada planeta iría una sola nave con un máximo de 487 personas. El plan no era invadir, el objetivo era ir a un planeta y pasar lo más desapercibido posible y, a su vez, poder hacer un labor humanitaria, ayudar a que fueran felices. Eso siempre que no fuese un planeta parecido al nuestro; entonces nos podríamos mostrar abiertamente o, si eran clavados a nosotros, simplemente mezclarnos. No era algo obligatorio, pero si elegías viajar, huir, cambiar, tenías que estar diez años preparándote con el grupo que ibas a viajar, mucha noción de navegación ultra-estelar y muchos trabajos manuales, fabricación de cosas de forma manual, por si teníamos que fabricarnos nuestras viviendas y armas para cazar, cómo manejar las herramientas que nos llevaríamos. Hubo gente del grupo que se especializó en robótica.
La mayoría de la gente optó por quedarse en Retilgrog, confiaban ciegamente en que, mientras se apagase o no la estrella que daba vida a nuestro planeta, se encontrase una solución al problema. Yo también tenía fe ciega en nuestros científicos, que tanto bien y felicidad nos habían regalado, pero me atraía mucho la idea de aventurarme, de conocer otros mundos. Decidí salir por piernas. Aventura. En el año 79561 embarqué en una de las primeras naves que partieron al espacio exterior, yo era el único con aspecto mayor que viajaba en la nave, las demás 486 personas que me acompañaban tenían el aspecto de niños de doce años.
Llegamos al nuevo planeta, un lugar totalmente desierto. Nos instalamos momentáneamente en la nave, empezamos a buscar agua y materiales para construir alguna nave para poder viajar por el nuevo entorno, sopesamos la posibilidad de que fuese un planeta habitado por alguna raza adelantada, parecida a la nuestra. Decidimos ir andando, yo y cuatro de mis compañeros, los cretos comunicadores funcionaban a la perfección. Emprendimos la marcha. No tardamos mucho en llegar a una ciudad, estaba llena de gente, muy parecidos a nosotros, sólo nuestra ropa era diferente; decidimos conseguir vestimentas adecuadas. Todo se conseguía con dinero, un peñazo, tuvimos que robar para pasar desapercibidos. Utilizábamos los cretos para ponernos en contacto con la nave. Nos quedamos varios días y la conclusión fue que no podríamos convivir con estos brutos, y el tema de hacer algo para que fuesen más felices sería difícil de conseguir. Volvimos a la nave y fuimos recorriendo el planeta. Conocimos a mucha gente, las diferencias entre ellos eran bestiales, nada tenían que ver de un punto geográfico a otro, las diferencias entre habitantes eran bestiales. Tuvimos que buscar un sitio alejado de cualquier población para instalarnos de manera definitiva y allí elaborar un plan, un buen hacer. ¿Qué hacer para hacer felices a esos depravados?
Nos fuimos al norte, sólo nieve y hielo, sin casas, sin gente, sólo unos cuantos animales (pocos). Vaciamos una montaña y construimos nuestro pueblo, los materiales que utilizamos para la construcción fueron maderas y rocas, montamos nuestros conversores de aire que mantenían todo el pueblo templado a una temperatura constante de 20 grados centígrados. Una vez instalados de forma confortable, empezamos a pensar en qué hacer. Los primeros años los dedicamos a disfrutar del entorno y a conocer a esos seres. Un buen día, Noël vino con la idea: vamos a fabricar juguetes, vamos a fabricar miles, millones de cosas que llevaremos a las casas con el teletransportador general. Un día al año, daremos un juguete a cada niño de este planeta, daremos felicidad. La idea nos pareció genial. Se decidió por mayoría radical que yo fuese el encargado de conducir el carro que transportase el teletransportador general. Ya hace más de doscientos años terrestres que me dedico, cada 25 de diciembre en la madrugada, a guiar un carro hecho de maderas nobles, y tirado por unos robots que con el paso de los años fueron cambiando de forma y número. En este carro, dentro de un gran saco, llevo el aparato teletransportador general lleno de los juguetes que hemos fabricado durante el año. Automáticamente, el aparato va teletransportando los regalos, previamente elegidos, a las casas convenidas a medida que yo voy pasando a gran velocidad con mi carro arrastrado por los renos robóticos, una velocidad que me convierte en invisible al ojo humano. Hohohoho