martes, 24 de diciembre de 2013

RINCONES




Los he visto. Lugares, sitios disimulados, insignificantes espacios que están a mi lado compartiendo domicilio, compaginando vida sin que jamás haya llegado a profundizar en ellos (¿hasta hoy?). Seguro que son fortalezas extraordinarias, brutales sedimentos que ni siquiera la escoba logra deshacer; simplemente, en ocasiones, con suerte, sospecho que logra cambiar su paisaje. Paisaje mutante, lo suficientemente alejado de mi vista como para lograr ver algún cambio significativo al paso de la escoba, aunque en realidad, si pienso en ello, mi lógica me lleva a razonar que él transmuta a cada pasada del pelo del cepillo limpiador. También estoy seguro de que se renueva por las múltiples cosas que son arrastradas por la brisa hogareña, en ocasiones provocada por el abrir y cerrar de las puerta o ventanas o por el veloz ajetreo de la gata de angora que, a su vez, deja caer alguno de sus pelos multicolores. Subdivisión al azar o no. Menos de un gramo de peso, blanco, gris, marrón rojizo y de nuevo blanco y gris, tres centímetros tricolor dividido en cinco, posado en la zona oculta, ampliando, acumulando una nueva parte en el paisaje casual, depositado al lado de cientos o miles o millones (no lo sé, preguntad por ahí) de partículas de polvo que, tras su acumulación junto a la humedad ambiental de esta primavera lluviosa, han creado montículos, llanuras, valles y montañas.
Es muy posible que se encuentren más cosas en los lugares ocultos que conviven junto a mí. Espacio casi invisible, diminuto; a la vista, una simple mancha marrón que sólo puedo identificar si me empeño en explorar, que avisto si apunto la mirada directamente a ella, que descubro si me acuclillo, que sólo veo si indago. Misteriosos rincones que hoy han agudizado mi imaginación, que han despertado una vez más al soñador, rincones hogareños que me transportan a otros mundos, lugares habitados por seres diminutos que seguramente desde su perspectiva incluso vean horizontes infinitos, anocheceres y amaneceres, días y noches ocasionados por el interruptor, interruptores accionados por la punta de mi índice. Para ellos, el azar, para mí, mi voluntad. Para mí, una mancha diminuta, quizá la deje crecer más.


martes, 17 de diciembre de 2013

COOL EN NUEVA YORK



Mañana miércoles día 18 a las 19:30 estaremos tocando en el Joaquín Roncal, en la calle San Braulio de Zaragoza, un lugar delicioso, muy cercano al público.
Ernesto Cossío Jazz Cool, una entrega de varias melodías de jazz, en su mayoría del estilo cool, buscando este sonido frío, sencillo y a su vez dulce que se impuso en los años cincuenta en la costa oeste americana. Pero, sería faltar a la verdad pensar que sólo en esa parte de América tuvo lugar este sugestivo fenómeno musical, no sólo los músicos bronceados fueron los que emprendieron a tocar alejándose del frenético fraseo bopero que impusieron Parker y Gillespie, la verdad es que en Nueva York fueron varios los músicos que abrazaron este sonido, esta nueva forma de expresión. Está claro que el cool es algo que se achaca a los músicos costeros del oeste, pero es evidente que en Nueva York llegó con fuerza. En muchas ocasiones he leído que este fenómeno nació y desapareció en los cincuenta, pero pienso, creo, que traspasó aquella época y en la actualidad tiene muchos exponentes entre los músicos actuales.
El primer disco de cool que se garbó, que es a su vez el primer disco de Miles Davis como líder, fue el Birth of the Cool. Aunque muchos de los músicos eran de la costa oeste y futuros exponentes del cool, como por ejemplo Mulligan o Konitz, fue Miles, un chico que se encontraba en la gran manzana por aquel entonces, junto al joven arreglista y pianista Canadiense Gil Evans quienes crearon este estupendo disco, este primer archivo sonoro con este estilo de música. Davis nunca dejó de tener el soplido cool.
Otro (cool jazzman) fue el pianista Bill Evans y está claro que su legado está muy presente entre los pianistas actuales. Lo que intento contar, aunque no lo parezca, es que Nueva York es la auténtica ciudad del Jazz, lugar de encuentro de músicos, amantes de este género musical, de todo el mundo, y ningún estilo de esta música ha pasado de largo en esta ciudad y sus estudios de grabación. Corría el año 62 cuando se grabó un precioso disco en Nueva York, un delicioso disco a dúo, sonido cool, desde Nueva York, Bill Evans y el gran Jim Hall.
Hall murió el pasado día10 y ya van muchos, están desapareciendo los últimos grandes músicos de jazz, sus inventores, músicos revolucionarios que nos van dejando poco a poco. Jim Hall ha sido un grande del Jazz sin lugar a dudas, uno de los mejores y más relevantes guitarras de la historia. Ya hace unos años le vi, en Youtube, como subía al escenario totalmente encorvado con la ayuda de una gayata, pero esta triste figura no quitaba ni un ápice de riqueza musical cuando cogía su guitarra. Habría tenido, hoy, su punto tragicómico volver a verle junto a Petrucciani.
Tuve la suerte de poderle ver en directo, junto a Lovano (cool, cool, cool). Me viene a la memoria sonora un disco suyo de dúos con contrabajistas, curiosamente con varios de mis contrabajistas favoritos, curioso proyecto. Me lío. Sólo quería hacerle un pequeño homenaje de mi parte a Jim Hall, al músico de Jazz.
Este miércoles en el Joaquín Roncal, Chema Callejero empezá con un tema que Bill Evans escribió al morir su padre y que, curiosamente, fue una de las melodías elegidas para grabar junto a Hall en aquel estupendo disco de 1962. Pienso que puede ser un buen homenaje a Jim y al cool neoyorquino. Turn Out The Stars.



martes, 10 de diciembre de 2013

ESCAPAR?


Paso. Me voy. Me lo pienso. Me doy la vuelta. Vuelvo junto a ellos, esta vez ninguno me pega, ni me empuja, ni siquiera me insultan, sólo me ignoran.
Esto puede ser un buen resumen de lo que pasa en mi vida. En ocasiones tengo ganas de escapar, de irme y no volver, pero tengo miedo, mucho miedo.
Me levanto temprano, un vaso de leche, unas galletas.
El bus. En el bus empieza todo. Me siento solo, ya han sido demasiadas las veces que he intentado sentarme con alguien, nadie me acepta y eso que siempre lo he intentado con los que me parecen más buenos. Me aburre explicar todo esto, en realidad me avergüenza.
Me siento en mi silla, mi mesa, desde mi sitio veo a todos los demás, en ocasiones me tiran cosas. Tengo ganas de un cambio, me gustaría enfrentarme a ellos, pero me da miedo, tiemblo solo de pensarlo, incluso me dan ganas de hacer cacas.
Me meto en el comedor, como sopa, carne empanada y una manzana. Otra vez me siento frente a mi mesa. Suena el timbre. Se acabó.
Subo a casa, meriendo. Salgo con Laura, vamos al parque, ella se sienta en un banco y se pone a hablar con los padres, madres y demás cuidadoras. Mientras, yo me acerco a los columpios, me miran mal, me insultan, me voy junto a Laura, me coge de la mano. Me fijo en su escote.

martes, 3 de diciembre de 2013

UN MILAGRO GRACIOSO

- Hola, buenas tardes
  • ¿Qué tal?
  • Una cervecita
  • ¿San Miguel?
  • Sí, ¿hay poco movimiento?
  • Sí, ayer trabajé muy bien, pero hoy eres el primero en entrar.
  • Pues no voy a ser el cliente ideal. Cóbrate, me tengo que ir.
Las nueve y sereno, bueno, sereno, sereno tampoco es muy exacto. Sólo ha entrado el Andrés, menudo año.
Joder, antes, a las nueve, como mínimo, ya tenía doscientos en el cajón, joder. Me voy a fumar, me cago en la prohibición. Hace frío.
  • Hola Pedro. ¿Fumando?
  • Pues sí. Ahora entro y os atiendo.
Pedro le da dos caladas al ducados y entra con su sonrisa habitual.
  • ¿Qué será?
  • Una de litro, de estas nuevas que tienes.
  • Buena elección, ésta es de lo mejor.
Les sirve la cerveza, se mete en el ofis y prepara un par de tapitas de anchoa.
Entran Julián y Ana. Todo va bien. Juan, Mercedes, Elena, Laura y Mario. Hablan de música y de la lotería; corren las cervezas, cada una acompañada de su tapa. Queso, jamón, sardina... Lo de la tapita con la cerveza está muy bien. A fumar en grupo. Las once y cuarto, se va Mario, el bar está nuevamente vacío.
Son las doce, no ha vuelto a entrar nadie.
Voy a cerrar. Se abre la puerta, entra un señor mayor.
  • Ponme una Mahou.
  • Muy bien.
Pedro le coloca la cerveza con una tapita de jamón.
  • Otra.
  • Otra.
  • Otra.
  • Cóbrate y ponme otra.
  • Ésta y cierro.
  • Vale.
Al señor se le empieza a trabar la lengua. Pedro le cobra.
  • Otra.
  • Ya te he dicho que era la última.
  • No seas capullo y ponme otra.
  • Te pongo media caña y cierro.
Pedro le sirve una caña.
  • Salgo a fumar.
A ver si se va, este tío es un pesado.
Pedro mira al interior del local desde la puerta y ve cómo se bebe la cerveza de trago y se dirige a la salida.
Suerte, se va.
  • Tú, capullo, ponme otra cerveza.
  • No me faltes al respeto.
  • Tú estás aquí para servir a los clientes, pringao.
  • Cállate y vete a casa.
  • Dame un cigarro y sírveme una cerveza.
  • Que te vayas a casa. Voy a cerrar.
  • Dame un cigarro, hijo de puta.
Pedro, ya muy caliente pese al frío que hace, suelta la mano con cigarro incorporado. El tortazo a mano abierta le gira la cara al borracho pesao. Por un instante, Pedro deja de ver la jeta girada del individuo y cuando vuelve a mostrarse (la jeta del pesao), por no se sabe qué casualidad, el tío tiene colocado el cigarro, que Pedro llevaba en la mano golpeante, en su boca. El del pestazo a vino lleva ahora en su boca la colilla, un hecho casi milagroso, el tío tenía la pava entre sus labios, un cigarro de unos cuatro centímetros, algo doblado, pero aún humeante. Pedro se queda perplejo.
  • Pues no me pondrás una cerveza, pero me llevo tu cigarro, que te den. Me llevo tu cigarro, jajajaja, me lo llevo, me llevo tu cigarro, jajajajaja, capullo.
Pedro se enciende otro pitillo mientras observa cómo el cliente se aleja dando bandazos. Una sonrisa se dibuja bajo el bigote de Pedro, la visión del tío con la colilla semiaplastada en su boca no deja de ser cómica.