sábado, 14 de septiembre de 2013

SERGIO BALLESTEROS


Hace unos días volví a emprender con el arco. Cada vez que lo descuelgo te recuerdo, recuerdo tus consejos, las charlas, entre ellas tu tesis, tu convencimiento de que para tan gran instrumento el mejor es el alemán, me dejé convencer con fe ciega y me compré, como no podía ser de otra manera, uno alemán.
Fueron muchas horas batallando para lograr mi más que mediocre estilo, claro que eso es culpa del alumno, no del maestro.
Recuerdo el día que entré por primera vez en tu casa de la calle Ángel Ganivet. Abriste la puerta y te vi, enorme, con la cara amable y amable el corazón (eso último lo supe más tarde).
Crítico con muchas cosas, enamorado de la música, de toda la música. Recuerdo la frase - no se puede enseñar lo que no se sabe.
Recuerdo esos cumpleaños de puertas abiertas, ese inmenso piso en San Vicente de Paul, ver desde una ventana el Ebro a su paso por El Puente de Piedra. Cumpleaños llenos de gente. Uno comiendo, otro bebiendo, otro regalándote su último disco, el que grabó junto a Antonio Salanova, gente que tú conoces, gente que no. Este año no acudí.
Me encantaban las charlas en la habitación de la música y el ordenador, los discos duros con miles de cedés, archivos transportables, de fácil llevar, que tenían que entrar en tu maleta cuando emprendieras tu mudanza al otro lado del charco el día de tu jubilación.
Nunca llevamos acabo, por una cosa o por otra, nuestro concierto de guitarra y contrabajo. Pero me quedo con un montón de ratos, con la eterna pelea, ahora lo dejo, ahora no, ahora uno de vez en cuando, ahora mentolado, con tus encuadernaciones, con la cerveza y con el ron.
En mí, has dejado tu legado cada vez que cojo el arco; sé que posiblemente no hago demasiada justicia a tus enseñanzas, pero sé también que eso no te importa demasiado. Aún conservo alguna grabación de las que me hacías y el método del virtuoso Ludwig Streicher, con apuntes tuyos, que hoy especialmente cobran un valor especial, también conservo una funda de cartón rojo en la que te llegó ese arco, ese último arco que te compraste hace ya unos años, la conservo y la utilizo.

Estoy triste y aunque hace meses que no nos veíamos y no te echaba en falta, hoy te echo de menos. Un abrazo.