martes, 26 de marzo de 2013

FELISA Y JUAN


En casa de Juan y Laura.
  • ¿Juan?
  • ¿Sí?
  • ¿Vas a ir hoy también a la biblioteca?
  • Claro (ésta no se entera, si voy cada día).
  • Podrías traerme tabaco.
  • Sí.
  • No te olvides.
El pensamiento de Juan mientras va camino a la biblio - El matrimonio tiene sus ventajas, aunque Laura cada día está más arisca y gorda.

El pensamiento de Laura mientras Juan sale de casa – Me casé con un tipo atlético y mira en lo que se ha convertido, tiene barriga, no se afeita y huele. El matrimonio es una penitencia. Me habría tenido que casar con Eduardo, él sigue estando como un queso de Burgos.

En casa de Felisa y Luis (conversación a distancia)
  • Me voy a la oficina, voy tarde, no me esperes para cenar. Un beso.
  • (¿Un beso?) Tranquilo Luis, no te preocupes, ya cenaré aquí. Sola.
  • Si te pasas por la biblioteca, mira si me han traído la revista.
  • No te preocupes (se cierra la puerta), amor.
Felisa sigue hablando sola.
Luis se está acostando con alguien. Encima, no tiene ni el menor cuidado en disimularlo.
Felisa piensa - Me ha dejado sin vida social y, ahora que me tiene como ama de casa y esclava del gimnasio, él se dedica a las jovencitas o maduritas o lo que sea. Odio recoger su ropa impregnada de perfume femenino y quitar las manchas de carmín de sus camisas. Tengo que aguantar, no sé hacer de nada y, sin un motivo claro, sin pruebas, haré otra vez el ridículo. Pero esta vez, le voy a fastidiar. Quiero que sepa lo que es sufrir y pagar. Primero sufrir.

Juan llega a la biblioteca.
Me voy a leer el último número de la revista Armas. Joder, un avión teledirigido. Con eso si que iba a disfrutar.

Felisa llega a la biblioteca
A ver si encuentro el último número de “todo terreno, guía práctica”. Qué jeta que tiene. Encima, me sigue gustando. Pero le voy a jorobar, se está portando fatal.

Juan levanta la mirada y sigue con la vista a Felisa (de forma disimulada), y piensa – Esta tía está como un pan, viene todos lo jueves, seguro que después se mete a tomar un café en el Volante. Me gusta, está como Dios. Ésta necesita un buen subfusil y creo que mi FN P90 le encajaría a la perfección.

Felisa, piensa. Ya está otra vez el baboso este que no me quita ojo. Qué asco de tío.

Juan mete barriga, se levanta y sale rápido de la sala.

Felisa- Míralo, si se va a ahogar, encima apesta. Que asco de tío.

Juan entra en el bar Volante, suena esta estupenda música francesa (como siempre), el camarero le pregunta a Juan con su perfecto acento francés y con esta educación que caracteriza a los galos: - ¿Que se tomará el caballero?
- Una jarra de cerveza (odio que me hablen así, pero merece la pena estar aquí, seguro que entra la chorba de la biblioteca)
Felisa entra y se sienta en el lado opuesto de la barra, el camarero se acerca a ella y le sirve un café.
Míralo, ahí con su jarra y su chandal del Madrid. Qué asco de tío.

Mírala. Está buenísima. Creo que me ha mirado, seguro que está cachonda. Ésta lo que necesita es un buen polvo.
- Tú, hey, pssss, psssss. Ponme otra jarra.

Felisa piensa - Creía que de estos ya no quedaban.

Juan. Ésta, el jueves que viene cae.

Felisa llama con cortesía al camarero, le pregunta si lo que suena es Aznavour, el hombre afirma con una amable sonrisa. Felisa le felicita por el buen café, paga y se va.

Qué culito tiene la tía (pensamiento de Juan).

martes, 19 de marzo de 2013

RUIDO DE FONDO (4ª parte de 4)




Este año estoy de gira con una compañía rusa, sólo por España; para la gira europea no cuentan conmigo y, además, me han pillado porque pensaban que el sindicato español de artistas (no sé de dónde han sacado esto) obliga a las compañías extranjeras a cubrir un cupo de nacionales.
Cada vez menos curro. Hoy Valladolid. No ha venido demasiada gente, hace un frío que se saltan las lágrimas. Salgo a escena, canto mi parte del primer acto, es un sexteto precioso. No puede ser, en primera fila veo a una pelirroja que está jugando con su pelo, está preciosa. ¿Es ella? Le pido a Juan que me sustituya en el último acto, subo a camerinos, me desmaquillo a gran velocidad, me ducho y salgo a la puerta principal. No puede haber otra mujer en el mundo que mueva su pelo de esta manera, tiene que ser ella, ha de ser. Suerte que no había mucha gente, la observo de lejos, quiero saber con quién va. Es ella, está preciosa. Va con una señora mayor, las sigo, entran en un portal, se me ha escapado. Siempre he sido un torpe, habría podido saludarla sin más, veo cómo se enciende la luz del tercero, vuelvo a contar los pisos, el tercero. ¿Tendrá principal? ¿Y si no es ella? No puedo arriesgarme. ¿Llamo o no llamo? No. De repente se abre la gran puerta de madera y asoma de nuevo aquel precioso pelo rojizo. Es ella, no, quizá sólo se parezca, ya son más de quince años sin verla, es posible que sea otra persona, además ¿qué hace aquí, en Valladolid? No sé. La sigo, está callejeando, hace mucho frío, se mete en un bar. Sola en un bar. Entro, no entro, entro. Entro. Sólo entrar, me agarran entre dos tíos y me preguntan por qué la estoy siguiendo. Intento explicarme, en el forcejeo se me ha caído el sombrero. Entonces oigo su cristalina e inconfundible voz - pero si eres Julio, soltadlo, le conozco, pero ¿qué haces aquí? Le conté toda la historia, ella me contó que en el noventa aprobó unas oposiciones en Valladolid. Empezamos a beber y se dejó querer, nos besamos con pasión y con dulzura, en ocasiones parábamos para mirarnos, ella hizo ese juego con su pelo, estaba preciosa, volví a besarla, quería más y ella me dijo - hoy no es el día, no es el momento. Que le gustaba mucho, pero que no era el momento. Esta maldita frase me estaba empezando a obsesionar. No sé si llorar o reír.
Al día siguiente volví a Barcelona.
Este año me voy a presentar para entrar en el Liceo. No giras, no charlas, ocho horas de estudio diarias y tres días a la semana a clases privadas. Se acabó el salir, se acabó el ruido de fondo.
A los cuatro meses no echaba de menos aquel ruido de fondo. Quizá un poco. Me compré un gato, demasiado silencioso. Me preparé a fondo.
Llegó el día de las pruebas. ¿Sabéis quién estaba en el jurado? Da igual, no la conocéis, o quizá sí, estuvo en 1986, ahora es mi único ruido de fondo, me casé con ella. Sigue siendo preciosa. Siendo objetivo, lo es más que antes y resultó no ser tan inaccesible como aparentaba.


viernes, 15 de marzo de 2013

RUIDO DE FONDO (3ª parte de 4)



Este año estoy de gira con una pequeña compañía rumana; la obra es La flauta mágica de Mozart, ocho representaciones, tres de ellas en España, en plazas menores, Málaga, Zaragoza y Linares. También daré unas cuantas charlas y unos didácticos con pianista.
Después de las actuaciones, suelo buscar un sitio donde tomarme una copa; sigo buscando el tonificante ruido de fondo. Me siento, como de costumbre, en el lugar más discreto del bar y, aunque el paso del tiempo no me ha castigado demasiado, ya no se acercan a mí, ya he perdido aquel imán que tantos gozos hizo llevarme; en su lugar oigo más el ruido de fondo y también mis pensamientos. Últimamente le doy vueltas a si hice bien siguiendo este oficio, dándolo todo para esto, todos estos años para encontrarme solo en el rincón de un bar de Cluj Napoca, haciéndome entender a duras penas.
Hoy he cantado en Zaragoza, ha sido un éxito de taquilla, nos va bien. Me siento delante del espejo, me estoy quitando el maquillaje; mientras paso la leche desmaquilladora, intento recordar dónde estaba aquel bar donde solían poner jazz, no es que sea una música que me entusiasme, pero en ocasiones siento que si no hubiese entrado en aquel coro me habría acabado gustando la música negra; cuando estoy en algún sitio donde se pone jazz, intento escucharlo, aunque sé firmemente que siempre me acaba aburriendo; de todas formas, tengo un buen recuerdo de aquel bar, conocí a un estanquero que tenía un amigo cantante en el coro del Liceo, no recuerdo a quién conocía, si a Juan, Manolo, Julián ¿? Ni idea, ¿qué más da? El sitio. Intentaré encontrarlo. En realidad, sólo busco un poco de ruido de fondo, tampoco puedo estar demasiado rato, el avión a Málaga sale a las cinco. Creo que estaba cerca de la estación (el bar).
En la puerta trasera del teatro Principal me despedí de mis colegas y, cuando me disponía a emprender aquella aventura investigadora, oí cómo alguien me llamaba, me giré y estaba ahí, era ella, habían pasado un montón de años, nos abrazamos y decidimos ir a cenar juntos. Cogimos su coche, había venido con una amiga, era otra chica del coro, yo no la recordaba demasiado, era amable. Cenamos los tres juntos, no paramos de reírnos. Les dije que les invitaba a tomar una copita en un bar de jazz que conocía, Julia dijo que estaba muy cansada y la llevamos a su hotel. Nos fuimos los dos a tomar la copa, ella era muy graciosa, es raro, pero me hacía gracia, aparte de su excelente sentido del humor, su poderosa voz, es una chica estupenda. Me llevó a mi hotel, cuando me iba a bajar del coche me abrazó y me metió aquella lengua contorsionista en mi boca, quizá buscando aquel pasado; su legua húmeda hacía mil acrobacias ya demasiado complejas para mí, hasta que mis lengüetazos empezaron a acoplarse a su velocidad, no me dejaba tregua, logré despegarme un momento, no mucho, la miré, se había reconvertido en aquella chica del año 86, igual de bonita, igual de seductora, es como si no hubiesen pasado los años, un sueño regresivo. Estaba a punto de llorar cuando ella se volvió a lanzar al ataque, no estaba seguro de lo que estaba pasando, nunca he sido muy avispado, de repente fue ella la que se separó, me cogió de las manos y me dijo - subamos a tu habitación. No sé cómo ni por qué, pero volvió a suceder, volvió a salir aquella mierda de mi boca – Hoy no es el día, no es el momento – Pero ¿qué coño estaba diciendo?, con la edad que teníamos, si no era ahora el momento, ¿cuándo? ¿Acaso me había convertido en un ser inmortal? y ¿ella ? Aún desde la ventanilla se volvió a enganchar como una ventosa a mi boca y, ¿cómo no?, le dije – No es el momento –. Me subí a mi habitación, empecé a pensar en lo sucedido, ella había recorrido 300 kilómetros para verme, había traído a una amiga para que le hiciese compañía por si fallaba el plan, la dejó en el hotel sola cuando debió ver claro que el plan había resultado, claro que no contaba con que yo nunca he sabido leer entre líneas, se abalanza sobre mí con recuerdos del pasado, me pide que nos acostemos juntos, lo que yo siempre había deseado, una obsesión que, aunque nunca había querido reconocer, me había estado persiguiendo durante toda la vida y posiblemente por esto estaba tan solo, y le digo que hoy no es el día. ¿Qué era eso? ¿Una venganza? Cogí el móvil y la llamé, tuvo a bien cogérmelo, se fue al lavabo para no despertar a Julia, ella susurraba con su espléndida voz de tenor. Le dije que me gustaría verla antes de irme, que me gustaría despedirme de ella y que le regalaría un par de discos en los que he participado. Me costó convencerla, pero accedió. Hoy no es el día, no te fastidia.
Al día siguiente apareció por el hotel, el sueño había pasado, ella tenía sus años y supongo que yo los míos, le dí cinco discos y me besó en la mejilla, le dí mi correo electrónico, nunca dijo nada. Al tiempo, la vi en Facebook y por eso sé algo de ella. Ahora sé que las cosas no suceden por casualidad. La vida me había preparado otro desenlace, la historia me deparaba otro final y me gusta. Claro que en aquel momento no lo sabía y me dolió dejar escapar aquel momento. Ahora en la lejanía lo recuerdo como un sueño agradable.

martes, 5 de marzo de 2013

RUIDO DE FONDO (2ª parte de cuatro)





Pasadas las navidades, se reemprendieron los ensayos del coro. Tras una breve prueba, la directora me colocó con los tenores, me dijo que tenía una voz preciosa, me asesoró sobre el funcionamiento del grupo y recalcó que el objetivo es empastar y no sobresalir (¿empastar?). La directora es preciosa, lejana, inaccesible.
Ya en mi sitio, empiezo a escuchar, poco más tengo que hacer, no me sé las canciones y mi lectura a primera vista es lamentable. Es curioso, entre los tenores hay una chica, ella acerca su carpeta para que pueda seguir la letra, ya que las notas pasan demasiado rápido para mí. Entre canción y canción, algo de charrameca, agradable alboroto, también veo que de vez en cuando hay gente que se gira para mirarme, sobre todo una especialmente atractiva pelirroja de pelo largo.
Al acabar el ensayo, la directora me da unos cuantos papeles y la chica tenor, Carmen, se ofrece para grabarme las voces de nuestra cuerda; al oír su voz veo claro el motivo de su ubicación en la coral. Le cuento que vivo en Barcelona y que, entre semana, difícilmente podré recoger la grabación. Ella me comenta que está estudiando en Barcelona y que podríamos quedar en cualquier lugar; acepto y quedamos para el miércoles. No sólo fue un miércoles. Al tercer miércoles la invité a cenar.
Llegué temprano, decidí esperarla tomándome una estrella (Damm), la vi llegar; despampanante, especialmente atractiva, con paso firme y seguro se acercó a la mesa en la que me encontraba, iba con un vestido minifalda de colores alegres y una coleta lateral que recogía su precioso pelo rizado. Sonrisa. Después de cenar nos fuimos a tomar algo a un bar de moda. Tomé la iniciativa (cosa rara en mí). Nuestras lenguas se retorcían de manera acrobática y contorsionista en nuestras bocas, mi cuerpo ardía, era una locura. Nunca conocí a nadie que besara tan bien. Morreos kilométricos que me ponían a cien, mis manos se movían con precisión en la parte más oscura del bar, le invité a pasar la noche en mi casa y ella me dio unas palmaditas sobre mi pene oculto y tenso, me dijo que hoy no era el día, que no era el momento. Buf, buf. Me quedé algo decepcionado, ¿para qué tanto roce si no quería? No lo entiendo. ¿Hoy no es el día? ¿Qué significa eso? ¿No es el momento?
Sin rencor, sin reproches, pero herido en mi ego de seductor infalible seguí yendo a los ensayos; no dejamos de hablarnos, pero nuestras contorsionadas lenguas no volvieron a encontrarse en aquella época. Tengo que olvidarlo.
Siempre había un descanso, cada ensayo tenía su momento de relax donde la gente hablaba de sus cosas; yo, como era mi costumbre, observaba, pero no participaba demasiado.
Aquel día, la pelirroja se acercó a mí y me empezó a hablar de los grandes cantantes del bel canto, me preguntó si me interesaría cultivar la voz, que por lo poco que me había podido oír, me veía con posibilidades, que ella daba clases particulares y que si me apetecía podríamos probar, de forma gratuita, la primera. Eso me alegró la tarde y unas cuantas más.
Empecé a ir a su casa, antes de los ensayos. El primer día, me hizo cantar unas notas, me dijo que tenía (yo) la voz más bella que había oído entre aquellas cuatro paredes. Estaba entusiasmado, entonces salió de la habitación y regresó con sendos tés que tomamos con parsimonia.
En los breaks de los ensayos, Judit ya sólo hablaba casi exclusivamente conmigo; noté que, en ocasiones, cuando se acercaba Carmen, se le notaba cierta tensión (a Judit) y sacaba el tema de las clases para mantenerla al margen de la conversación (poco a poco, Carmen dejó de acercarse).
En el mes de junio, un día luminoso, ella salió de la habitación del piano, a la media hora de gorgoritos, como cada día. Volvió a entrar con la acostumbrada bandeja de cada tarde pero, en esta ocasión, había sustituido la tetera por una botella de ron y las tazas por dos vasos con hielo – es mi cumple. Sirvió las copas y se descalzó. Mientras hablábamos, me miraba fijamente y no paraba de jugar con su largo cabello rojizo, iba cambiando su caída una vez con la mano izquierda, lanzando su reluciente cabellera sobre su hombro derecho y al rato con su mano derecha cambiaba el sentido de su peinado al lado opuesto, me estaba poniendo a cien, excitado, dispuesto y, por lo que vi, ella no me iba a la zaga; se abalanzó sobre mí, nos besamos con pasión, puro fuego y ésta fue la primera vez que sucedió: de repente, no sé de dónde, como si saliese de otra persona, como si se tratase de una cacofonía que se había enredado meses atrás en las cortinas del amplio salón del piano, sonó aquella ridícula frase – hoy no es el día, no es el momento. Sólo estábamos los dos y ésta fue la respuesta, indudablemente mi respuesta a su ardiente pregunta. Estuvimos un momento tendidos en el cálido suelo de haya, ella me miraba sorprendida, yo me levanté y me fui, sin antes volver a recalcar que no era el momento.
Al siguiente ensayo, no apareció Carmen, no volvió, la echaba mucho de menos, me gustaba su compañía, su olor. Las charlas con Judit eran muy amenas y me gustaba mucho (ella) tanto su fuera, como su dentro. Participé en el concierto de fin de año. Carmen estaba entre el público, estuvimos hablando un buen rato y quedamos en llamarnos alguna vez, un beso en la mejilla selló el trato. También me despedí de Judit, a ella la besé en la boca, de manera dulce y rápida. No volví al coro, pero seguí con mis clases de canto, pero en Barcelona.
Pasaron varios años, me saqué la carrera de canto y, aunque no he triunfado, he participado en numerosas óperas y he dado algún que otro concierto con piano. Actualmente me dedico a las clases e imparto charlas sobre canto.
En los primeros años, en alguna ocasión sonaba el teléfono y al descolgar oía aquella voz de chica tenor. Incluso, en alguna ocasión, quedábamos para tomar un café. Poco a poco dejamos de tener cualquier tipo de contacto.
Aquellas historias del pasado eran pasado, aquellas excursiones del año 86 se borraron de mi mente. Ocasionalmente, algún nebuloso recuerdo vuelve junto a una canción de Shakatak o Tito Duarte; en esas raras veces que estas canciones forman parte del ruido de fondo, melancolía de un pasado, que en ocasiones se detienen un segundo junto a mí y se van sin dejar huella, cuando pasa este ángel y estoy con alguien, no es raro que me pregunte ¿por qué sonríes?