jueves, 27 de septiembre de 2012

COOLAGE, JAZZ.

Fotos de CoolAge. 
Audio. Lullaby of Birdland, directo 2005,  Iñaki Askunze, saxo, Adolfo López guitarra y Coco Balasch Contrabajo

Este viernes 28 a las 20:00 en el C. Cívico de la Jota, tocaremos un poquito de jazz (entrada gratuita).

CoolAge. Ya hace siete años de la primera vez. Estaba revisando los clásicos de los cincuenta, esos músicos de la costa oeste americana. Playita y sol. Yo soy un entusiasta de este estilo. Estaba por aquel mes de febrero de 2005 escuchando a Stan Getz, Gerry Mulligan, Lee Konitz y sobre todo a Art Pepper, cuando eché de menos algún grupo que revisase aquella época, tenía ganas de poder escuchar ese frío, ese cool que estaba en los cedés, pero en directo, ganas de ver un grupo actual alejado de mostrar la técnica, músicos entregando su arte a un estilo frío, tocar auténticamente en clave de Cool, tenía ganas de un grupo que me transportase a aquellos años cincuenta de playita y sol. Tenía ganas de escuchar en directo aquella música. Enseguida encontré una solución: crearlo yo mismo. No es fácil hacer ver eso a un músico, no todos queremos las mismas cosas, por lo que lo mejor es elegir bien con quién hacer el proyecto. Íbamos a hacer un estilo de música que nunca acabó de triunfar y tendríamos que tocar sencillo y bonito, eso no es muy apatecible para la mayoría de músicos. Iñaki Askunze. A Iñaki siempre lo he visto en la onda, aunque cuando hace sus cosas es más moderno. Pero yo lo conocía bien y sabía que tenía este corazón Getz escondido en lo más profundo de su ser, seguro que de joven lo debió tener muy presente (esto lo pienso yo). Adolfo López. Un guitarra de la ciudad que en aquel momento estaba medio retirado, también lo conocía de mucho tiempo atrás, me encantaba su sonido y su estilo, sabía que podía adaptarse perfectamente a lo que estaba buscando. Ya tenía el primer trío CoolAge. Pero en mi mente había un plan B. Me molaba la formación, pero tenía claro que este grupo tenía que moverse, tener una vida propia, aparte de un objetivo, el buscar y ahondar en las posibilidades que te puede ofrecer esta música, un trabajo de investigación sobre este estilo. El grupo, durante los siete años de existencia ha cambiado mucho. Durante los cinco primeros siempre estuvo Askunce (gracias, me encanta como toca este estilo), se implicó mucho en lo de tocar en la onda, tanto que en ocasiones tocaba ese soplido característico del primer Jazz, un soplido que sonaba a aire, tan concentrado en algunas ocasiones y tan metido en el estilo que en alguna balada hacía sonar el aire casi más que alguna nota, aroma de los cincuenta, cool al cien por cien. Un día, al acabar un bolo, Iñaki me comenta ¿sabes qué me han dicho?- No- Se me ha acercado un tío y me dice, tocas muy bien, pero a veces se te escapa el aire. Iñaki flipaba, yo no. No sé qué le habría dicho a Ben Webster.
CoolAge, durante estos primeros cinco años siguiendo y siendo fiel al espíritu con el que cree la banda, mejor dicho el nombre CoolAge, fui cambiando de gente, fuimos pasando a piano en lugar de guitarra, tríos, cuartetos, con voz, sin voz, hasta una vez con batería (cosa que me había propuesto evitar, pero quise probar). Los músicos que han tocado en CoolAge han sido, Iñaki Askunce, Dani Molina, Adolfo López, Josep Balasch, Ernesto Cossío e Israel Tubilleja. Con eso he querido explicar que el objetivo no es consolidar una formación, sino una filosofía.
Actualmente CoolAge es un trío formado por Rut Etayo a la voz, Adolfo López a la guitarra y yo (que siempre estoy) al contrabajo. Esta última formación del grupo es la más alejada al estilo puro, pero sigue manteniendo el espíritu Cool.
CoolAge2012 ha incorporado temas del pop de los sesenta y los ochenta, siempre intentando conseguir ese sonido de playita y sol. En ocasiones echo de menos alguna de las formaciones anteriores, en algunos momentos echo de menos un saxo. Quizá habrá que volver a CoolAgear de nuevo con Askunze en alguna ocasión, nunca se sabe.  

martes, 25 de septiembre de 2012

MI MEJOR ATARDECER

Fotos, Ángel Fernández Balasch
Audio, Prater, Antonio Salanova, piano y Coco Balasch, contrabajo.


La chispa saltó después de ver una foto en el Facebook, una preciosa foto de un atardecer que había colgado la segunda mujer más guapa del mundo. En el pie de foto, en el encabezamiento o como contestación a una pregunta (no lo recuerdo), ponía algo así como: este es el atardecer más bonito que he visto en mi vida (seguro que la frase no es exacta, pero tengo la certeza de que no he cambiado el significado, la intención; mis recuerdos son así). Muchas de las cosas que veo, escucho, siento o leo, las analizo y, en ocasiones, hasta saco conclusiones, mis teorías, tengo un montón de ellas, sobre cosas simples, sobre cosas complejas, sobre qué es simple y qué es complejo ¿existe lo simple? ¿existe lo complejo? Me voy, otra vez más me voy, me he ido, vuelvo. Cuando vi aquella foto... La verdad es que es una foto preciosa, es un atardecer con alguna nube y con su isla. Los últimos rayos de sol se están despidiendo, pero aún con fuerza, sobre todo uno, uno que sale disparado del círculo solar hacia el cielo como láser bélico, atravesando una pequeña nube blanca que, al pasar por ella, herida, se oscurece. El sol está completo, entero, a punto de ser engullido por el horizonte, esta línea que delimita el fin del planeta visual, todo lo que hay detrás de ella no existe, desaparece. El sol está a punto de entrar en esta dimensión, está cerca de que lo inevitable vuelva a suceder, aunque el sol del que hablo nunca pasará la línea, ya que está inmortalizado, encerrado en ese instante, en ese minuto previo a zambullirse en las aguas marinas. Empieza a desprender estos tonos rojizos característicos del crepúsculo, los deja reflejados tanto en el cielo como en el agua, en el cielo aún azul y en el agua ya oscura, casi negra, negra y brillante; brillante obsequio que le da el sol al agua, a la mar calma, sosegada, casi dormida en su superficie, pero llena de vida en su interior, llena de movimiento, de fuerzas invisibles para nuestros cansados ojos ya en el ocaso de la jornada veraniega. Un mar que se alimenta para alimentar el vergel de vida que es. En esta imagen, a punto está de engullir también al sol, quizá para calentar durante la noche a sus criaturas dependientes de él o de ella, según convenga, según simpatices. La verdad es que la foto de la segunda mujer más guapa del mundo es preciosa y la analicé, la observé, la disfruté. Fui feliz durante un instante viendo la bella foto, pero cuando leí el texto, este texto que no recuerdo si estaba en el pie de foto o encabezándola o simplemente era un comentario de la autora dentro de una conversación en su Facebook, una sensación de tristeza me invadió, entró dentro de mí, esto es algo que me sucede en ocasiones con este tema. Sé que este don no me ha sido otorgado, el olvido me rodea, las imágenes se van, mi memoria se basa casi exclusivamente en sensaciones e imaginación, aparte de notas (qué alivio cuando supe que a Einstein le sucedía lo mismo), nunca hay imágenes del pasado en mi psico. Este es el atardecer más bonito que he visto en mi vida, he aquí el texto, es el mismo que tengo al principio de la historia porque lo he copiado, pero perfectamente podría ser El atardecer más espectacular que he visto nunca. Al leer el texto deduje que ella quería dejar constancia de lo que estaba viendo, más aún, de lo que estaba sintiendo, quería fijar en el pie o encabezamiento de la foto la importancia que tenía para ella haber capturado aquella imagen, la más de las imágenes en aquel momento o la importancia del momento. Momento que para Susana fue en sí un instante único e insuperable, visual o mental, para ella visual. Pero a lo visual, cuando te inunda, cuando te llega, siempre le acompaña, en mayor o menor medida, algo espiritual (mental). Pero al leer el texto llegué a la siguiente conclusión, una deducción que comenté en voz alta, supuestamente para que Susana me escuchase, aunque seguramente ella no me oyese, ya que yo estaba en mi casa y ella estaba en la otra dimensión, por detrás de la línea que delimita el planeta visual, engullida en algún lugar detrás de mi línea, que desde mi ventana (la de mi casa) son edificios.
Las palabras que aquel día dije en voz alta son las siguientes, las puedo reproducir porque las escribí:
Que suerte tenéis la gente que gozáis de tan buena memoria. Os envidio. Yo nunca podría asegurar que éste es el más espectacular de mis atardeceres, porque correría el riesgo de mentir, y no quiero hacerlo. Seguramente en otro lugar-tiempo vi otro mejor y no lo recuerdo, quizá hasta fue el mismo que el tuyo, quizá mi mejor atardecer es el mismo que el tuyo; lo único que lo diferencia es que tú te acuerdas de él y yo cada día tengo que seguir buscando mi mejor atardecer, porque ese otro, quizá el que compartimos, ya se me olvidó.


martes, 18 de septiembre de 2012

MIRADA PROFUNDA

Fotos, algunos de mis discos de Coltrane.
Audio, Stellar Regions, John Coltrane, saxo tenor, Alice Coltrane, piano, Jimmy Garrison, contrabajo y Rashied Alí, batería.



No voy a decir que sea mi músico favorito, lo mismo que nunca digo que éste es el mejor del mundo o éste el peor; pero si no lo es poco le falta, hoy sin lugar a dudas lo es, aunque mañana puede dejar de serlo y lo puedo olvidar temporalmente. Sus ojos. Es de los pocos músicos que reviso periódicamente de manera única. Cuando digo periódicamente, no quiero decir que sea algo que se repita a intervalos iguales en una fecha concreta de manera obligatoria. Llega como una llamada que viene de algún lugar recóndito, desde una lejana región estelar escondida en mi infinito universo interior, viene una o dos veces al año. Lo escucho de forma única, con exclusividad durante un tiempo, un periodo que puede ser de dos días o una semana, después lo abandono y lo alejo hasta sentir nuevamente la llamada. No tiene nada que ver con las ganas de escuchar un disco o una canción, es otro tipo de necesidad, necesito darle exclusividad absoluta, toda la música que oigo durante este periodo es suya, me impregno de Él. Él me pertenece y yo le pertenezco. Su mirada. En casa aún lo escucho en cedés, en mi equipo estéreo y en la calle lo llevo de paseo en mi iPod. Repaso todos sus periodos y estilos, desde Blue Train de la Blue Note hasta la grabación, descubierta en 1994, Stellar Regions de Impulse; desde estas composiciones que parecen casi ejercicios armónicos, con esos solos técnicos, hasta lo más free y el estado más espiritual donde se encontró muy cómodo y tocó como Dios. Un amor supremo. También escucho esos discos que grababa para contentar a la discográfica, eso no quiere decir que fuesen malos álbumes (no lo eran), pero a su vez era el salvoconducto que le daba la libertad suficiente para después hacer su música, para seguir su búsqueda vertiginosa. Baladas. También lo escucho en su época con Monk y este disco con Ellington. La época con Davis no la incluyo en estas escuchas, no lo meto en mi periodo de amor a John. La época Davis la guardo para otras ocasiones, porque Davis es otro de los que siento la llamada, pero con éste es de otra manera, con Miles nunca escucho todas sus épocas, no me obsesiona de tal manera, me sobra parte de sus discos.

Coltrane siempre con los ojos abiertos mirando al infinito.
No fue el único que donó su arte a Dios en la vasta historia de la Música, pero sí el único que le entregó el día a día, el paso firme y seguro de su improvisación, ofreciéndole el riesgo que conlleva improvisar, ofreciendo el perfeccionamiento del riesgo, ofreciéndole la poesía y el lamento en uno. Supremo. Eso le diferencia notablemente de otros que le entregaron una obra meditada en la tranquilidad que otorga la soledad, como por ejemplo fueron Bach o Mozart, por nombrar a dos de los innumerables músicos que lo han hecho durante siglos.
Coltrane se retiró por un tiempo y volvió a su hogar en busca de sí mismo. Volvió limpio y más creativo que nunca, limpio y con un nuevo objetivo. Amor Supremo. No quiero decir con esto que Dios sea el único camino, no intento convencer a nadie de nada, ni siquiera soy creyente, pero que funciona, es un hecho. Aunque creo que se puede llegar al mismo resultado por otros caminos y, lo que en realidad sucede es que, alguien que se ha encontrado a sí mismo y al que no le da miedo mirarse al espejo, es una persona nueva y tiene mucho más que ofrecer, además de ser mejor persona. John Coltrane. El copón de la baraja.

martes, 11 de septiembre de 2012

EL PREMIO



Fotos de Ángel Fernández Balasch
Audio. Patufet, Diego Martínez de Pisón, guitarra, Pedro Lacarra, saxo, Coco Balasch, bajo y Jesús Fandos, batería.


En ocasiones te mereces un premio; la gente lo sabe, tú lo sabes y no te lo llevas. En otras ocasiones no te lo mereces y te lo dan por error (con sobornos y otras tretas de mal gusto, creo que también te lo pueden dar).
Fuimos con mis padres a una preciosa sala; había unos cuantos dibujos colgados en sus paredes, entre ellos uno era el mío, Angelito de cuatro años cuando logré ganar mi primer premio. Me regalaron un cuento precioso que me he leído cientos de veces, un clásico de la literatura infantil francesa La chèvre de Monsieur Seguin, un libro de Alphonse Daudet, una de las historias que incluye en su libro Lettres de mon moulin, un premio que no sé si me lo merecía o no (no recuerdo tanto), pero me lo dieron y esta vez lo conservé, nunca tiro libros, una realidad de mi afrancesada vida infantil. Feliz. Durante las múltiples lecturas que he hecho de él recuerdo haber pasado miedo con el lobo; además tiene un final nada común en un libro infantil, me marcó, me mostró que en la vida no sólo es importante ganar, también es importante intentarlo, luchar por tus sueños hasta sus últimas consecuencias, la importancia de luchar por ser libre. Guardo.
La segunda vez que me merecí un premio no me lo llevé. Era un concurso de setas, Angelito de nueve años, me acompañó mi iaia, la Trini, la Trinitat Caballol (algún día os cuento algo de esta guerrera apache). Nos adentramos en el bosque, iba con la mejor de las guías posibles. Mi iaia me acababa de regalar un bastón suizo que aquel día estrené. Ella no se agachó ni una sola vez que no fuese para llenar su cesta de deliciosas y variadas especies comestibles. Yo era el concursante y tenía que recoger las setas para mi cesta, claro que me llevaba por sitios donde era fácil encontrar. Concurso de especies: el tema es ir cogiendo todo lo que ves y el chaval con más variedades es el ganador. A la hora convenida llevabas la cesta al Ramón Pascual, que esperaba las cestas en una mesa a la salida del bosque y las clasificaba (las setas). Vimos cómo uno de los participantes iba cogiendo ejemplares de otras cestas amigas y eso le valió para empatar conmigo; de esta familia podría hablar largo y tendido (la del tramposo), no me gustan los fulleros. Bueno, sólo una anécdota. Un día la gorda (descripción) de su madre (del niño tramposo y tramposa ella) vino a casa, por un asunto que no viene al caso (feo asunto, eran unos liantes) y entró con su perro y mi gata, que no aguantaba este tipo de animal inferior (pensamiento gatuno), decidió atacar a la mascota del mastodonte (ensoñación infantil), el canijo (el perro) se escondía entre las piernas de su dueña y mi gata repartió por igual zarpazos al guau-guau como a las piernas del diplodocus (ensoñación infantil), piernas que acabaron totalmente ensangrentadas (real). Que me voy. El día de la entrega de premios (en el salón de actos del Ateneu de Manresa) me quedé con dos palmos de narices al ver que a él le daban la copa de ganador y a mí el libro de segundo clasificado (habíamos empatado, pero la vida siempre te devuelve lo que te debe) titulado Safari en África o Uganda o … conclusión: sólo había una copa y, por no discutir y por ser elegante y afrancesado y más, me quedé con el maldito libro, historia que intenté leer en varias ocasiones, pero no me salió.
Pasaron varios años hasta que volví a competir. Nunca he tenido este espíritu competitivo, quizá secuelas de esta injusticia nunca he valorado los premios y ni siquiera los he guardado, no he guardado ninguno de los galardones que he ganado en mi vida, que han sido un montón (no es broma). Todos están en la basura. Tampoco guardo ni un recorte de prensa de mis actuaciones, entrevistas o carteles (carteles alguno, por su valor artístico); ni tan siquiera tengo todos los discos en los que he grabado, pero hay un trofeo que guardo (el libro de la chèvre, también), una medalla de primer clasificado. Hoy la he visto. Toda mi vida he pensado que la he guardado desde 1979 por ser de ajedrez, por ser un premio de un deporte que me entusiasma, del juego más divertido que conozco y del cual admiro mucho a sus practicantes (actualmente mi ídolo es Carlsen), un primer clasificado de ajedrez; pero hoy hacía mucho que no la veía (siempre ha estado en casa, pero no tiene un lugar concreto) y como últimamente me está dando por el autoanálisis, al ver el galardón después de tanto tiempo, he dudado ¿por qué de todas las loas de mi vida sólo conservo ésta? Quizá no es por ser de ajedrez, demasiado simple, ¿no será porque este premio no me lo merecía? Porque éste es un premio que nunca me merecí, y eso que siempre he estado seguro y siempre he aseverado que el que gana un torneo de ajedrez es porque ha sido el que mejor ha jugado. Pero en este caso no me lo merecía.
Estaba estudiando delineación en Manresa. En este momento de progreso y de reciente democracia había muchas ganas de hacer cosas culturales. El centro de estudios, aún teniendo mala fama, organizaba actividades muy interesantes y, entre ellas, se organizó un torneo de ajedrez, torneo de San Juan Bosco de ajedrez. Se encargó de organizarlo un chico mayor que yo que vivía en mi calle. Tenía fama de buen jugador. Nunca había jugado contra él, pero eso era algo que se sabía. Como había mucha gente apuntada y pocos días para jugar, se hizo un cuadrante por sorteo y eliminatorio. Blancas, negras y desempate; se sorteaba el color para la primera partida y desempate. Quedábamos fuera de horario escolar para jugar y cuando podíamos, esto se eternizó. Fui pasando rondas, no es que jugase muy bien pero puse en práctica las lecciones de Antonio Fernández Crespo (campeón open internacional infantil Ciudad de Manresa), que era la persona que me había enseñado todo lo que sabía; defensa india de dama para la apertura peón 4 dama, y para peón 4 rey utilizaba la defensa escandinava, muy agresiva, y me molaba; dos maneras muy distintas de enfocar las partidas. Y para cuando yo tenía las blancas siempre jugaba la española, una apertura de la cual había aprendido varias opciones de memoria y que en muchas ocasiones me daba buenos resultados. Seguí pasando rondas, ganando confianza y empecé a pensar que podría quedar entre los ocho primeros. Y pasé a la fase en que quedamos ocho jugadores. Pasé ronda, ya sólo quedábamos cuatro, esta fase era al mejor de cinco. Al organizador del torneo lo habían eliminado, no podía creerme estar entre los cuatro primeros. Entonces me tocó jugar contra Clemente, un chaval rubito al cual le había introducido al juego su abuelo, era muy tímido, jugamos las cuatro partidas, gané las dos primeras y perdí las dos siguientes. Nos quedaba la de desempate, quedamos en el club de ajedrez Catalonia de Manresa. En aquel momento se encontraba en el casino, un lugar de donde salieron muy buenos jugadores, entre ellos destacaría a Jordi Magen, un campeón de España absoluto y varias veces jugador y capitán del equipo olímpico nacional, y también a otro que fue campeón en las categorías inferiores, un chico apellidado García, con mucho talento y muy divertido. Con éste me hice muy amigo (tengo una anécdota buenísima de cómo conocí a García, algún día la cuento). Tanto Clemente como yo éramos bastante tímidos. Yo intentaba no mostrarlo, pero lo era. No nos atrevimos a entrar en las salas interiores del club, nos quedamos fuera. No es una excusa pero yo tenía prisa. Yo vivía en Sant Joan de Vilatorrada y era algo tarde. Empezamos a jugar la partida que me podía llevar a la final, blancas, jugué como de costumbre peón 4 rey, nos pusimos en la sala donde pasaba todo el mundo a jugar, un sitio algo ruidoso. La partida parecía que me estaba yendo bien, iba a ser larga pero tenía muchas esperanzas; además ya le había ganado en dos ocasiones. De repente moví y de reojo vi mi torre al descubierto, lista para ser zampada. Me dejé una pieza, no sé cómo pudo ser, pecado mortal, despiste total, desastre monstruoso, pero para mi regocijo veo que pone la mano sobre su alfil (no vio que se comía mi pieza gratis y encima si no se la come yo me como una suya y con ello la partida y a casa y a la final y a la gloria, al estrellato, ja). De repente la voz de un señor mayor, un señor que había visto decenas de veces con su puro jugando en la sala, un señor de unos setenta años, nunca le había oído hablar, nunca había escuchado su voz hasta este momento, una voz que le dice a Clemente: ¡pero qué vas a hacer, cómete la torre!, ???? “ñiam”. Supongo que fueron los nervios, que en competición también juegan y, a nuestro nivel, más. Me rendí y Clemente ganó y también ganó el campeonato, yo quedé tercero. Había perdido con el campeón. ¿Tercero?
Pasaron los días, los premios se entregaban a final de curso. Me encontré a Moyano, el que organizó el torneo, el de mi calle; me preguntó qué tal me había ido, le comenté que había quedado tercero, también le comenté que no pensaba ir a por el premio, él se ofreció a recogerlo y eso hizo. Moyano se llevó la medalla, que después me entregó, quedó en buena posición aún sin haberlo merecido. La gente que presenció las entregas pensó que él había sido el tercero. Yo me alegré por él y me alegré por mí ¿primer puesto? Miré la medalla, en relieve metálico una torre, un caballo y un peón, un tablero de fondo y una corona de laurel estilo César o Astérix en las olimpiadas. Di la vuelta a la medalla, miré a Moyano, me comentó que por un fallo de grabado en la tienda de trofeos, en las tres medallas que se entregaron ponía la misma inscripción ”TORNEO SAN JUAN BOSCO 1º CLASIFICADO 1979”, Moyano quedó tercero y yo quedé primero para quien yo quiera. Primer clasificado sin merecerlo, la vida por aquel entonces me lo debía y me lo cobré.


martes, 4 de septiembre de 2012

LA CADENA

Fotos  Ángel Fernández Balasch
Audio la paranoia de la copa, Xavier Canal y Sara Morales, voces, Miguel Ángel "Negro" Morales, guitarra, Coco Balasch, bajo, Andreu Monsó, programación ritmos.



Liberarse, romper la cadena. Las cadenas, no sé si son buenas o no. Seguramente, son buenas en ocasiones y en otras quizá no. Voy a pensar en ello sin esforzarme demasiado y en voz alta, a ver lo que sale, un punto de improvisación en vivo y en directo (es que no he escrito nada y falta una hora para colgar el escrito y el vídeo).
Ejemplos de cadena familiar: generaciones de la misma familia en el mismo negocio, negocios familiares que siempre han funcionado y entienden del asunto (del negocio en cuestión, los familiares implicados), negocios u oficios que en ocasiones el feroz capitalismo ha hecho que se rompa la cadena, en ocasiones una cadena de supermercados acaba con el negocio familiar de barrio. También tenemos que ver nuestra parte de culpa por infidelidad con estas tiendas de toda la vida, lugares en los que trabajan nuestros vecinos y revierten a su vez en la zona. La cadena también se puede romper porque los hijos están hartos de los tornillos o de las semillas o de lo que sea, el padre o la madre quiere que el negocio continúe, pero el hijo no quiere saber nada de él y se dedica a tocar la guitarra (por poner un caso extremo) y eso rompe la cadena.
Las cadenas pueden ser buenas. Las que mueven los piñones de las bicicletas. Curiosamente, dos días he intentado echarme siesta con esta vuelta 2012, pero funcionaban tan bien las cadenas (de las bicis) que no me ha sido posible, claro que también las cadenas de los ciclistas se pueden romper.
Cadenas artísticas. Éstas suelen funcionar de maravilla, claro que son difíciles de conseguir varias generaciones de artistas. La verdad es que hay algún caso, entre ellos me viene a la mente el de Christian McBride, creo que es la tercera generación de bajistas de la familia (hablo de memoria), éste es también a su vez un negocio familiar, se pasan sabiduría y trabajos. En el arte es más complicado que la cadena de supermercados fastidie el negocio y cada vez menos las discográficas, quizá lo consiga el IVA en España. Si la cadena no se rompe, ¿cómo será la quinta o sexta generación? ¿la música acústica, como la entendemos hoy, seguirá existiendo? (son dos preguntas distintas, primero responderé a la segunda) ¿Se seguirán usando esos instrumentos? Eso podría ser causa irreversible para que se rompa la cadena, el que dejase de existir el bajo o contrabajo en la música futura. La familia McBride, sin futuro. Otro caso sería que al único hijo le diese por tocar el saxo, ¿se podría decir que se ha roto la cadena? ¿cambiar de instrumento se considera romper la cadena? Pues yo creo que se rompe, se rompe la cadena de bajistas, claro que empezaría una nueva de músicos y podríamos seguir sumando, quiero decir que sería la cuarta generación (de músicos), una cuarta generación con las mismas ventajas que tuvieron los anteriores y más aún, con más ventajas, ya que él (el hijo) se podría mezclar con los demás y además facilitar que los demás se mezclasen con él (no entiendo como hay gente que aún piensa en mantener la raza pura, con las ventajas que tiene la mezcolanza). ¿Y si el de los tornillos se pasa a las semillas? ¿Se rompe la cadena? Yo creo que es el mismo caso que el de los McBride.
También puedes encadenar una buena racha. Buena racha en cadena que en ocasiones también se encadena con una cadena de mala racha: salgo a la calle, me encuentro cincuenta euros, me dirijo a la panadería, me cruzo con Javier ( un tipo que hacía un montón que no veía), me ofrece un curro que me mola, decido autoinvitarme a comer (con los cincuenta) y hay una chica en la mesa de al lado que a su vez se ha autoinvitado, nuestras soledades se juntan y acabamos tomando el postre en la misma mesa, en el mismo plato y con la misma cucharilla, me invita a su casa, nos amamos (han sido diez minutos intensos), decido ducharme, sólo hay agua fría, salgo pasmado, desnudo en el salón, ella está sentada, está vestida, está preciosa y feliz, le pregunto qué tal (hay preguntas que pueden desencadenar la rotura del encadenado), me comenta que no vamos a volver a vernos, le pregunto por qué (ésta es una de esas preguntas) y ella me comenta que siempre había conseguido varios orgasmos en todas y cada una de sus relaciones sexuales anteriores, que yo era muy afectivo pero poco efectivo, vamos, que no le llenaba suficiente. ¿Se rompió la cadena positiva? Me deprimo, inseguridad, necesito reconfortarme, necesito oír algo que me suba la moral, necesito quitarme las palabras hirientes de la tipa esta, que seguro son palabras que ha utilizado en muchas otras ocasiones, una táctica que utiliza (ella) con todos, desechar después de usar, ¿qué puedes esperar de una tía que retoza el primer día que te conoce (gozar, imbécil)? Tengo que afianzar mi confianza y olvidarme de esto, estoy encadenado a su discurso, necesito romper esta maldita cadena negativa. Llego a casa, busco teléfonos del pasado, decido llamar a todas mis amantes anteriores, todas de las que conservo sus teléfonos, la mayoría me confirman que no les llenaba, que sus experiencias antes y después de mí fueron siempre mejores (sexualmente hablando), pero que yo era el tipo más cariñoso que habían conocido, un par o tres me dijeron ¿quién dices que eres?, otra me dijo ¿estás pirao? no vuelvas a llamarme, hijo de puta. Sentado y analizando lo que me ha sucedido durante el día, suena el teléfono, es Javier, el tío que me había cruzado antes de comer, el del curro, tengo un mal presentimiento, me comenta que ha decidido darle el trabajo a otra persona, y encima me suelta “espero que no te moleste”. ¿Se rompió la cadena? Aún no, ésta era larga y mala. Aquella misma noche me cortaron la luz , entonces recordé, en mi oscuridad, que al principio de la cadena positiva y en pleno subidón, había pagado la comida (la de la desvergonzada), coulant incluido, vamos, que la dichosa comida me costó sesenta euros, sesenta euros pagué para quedarme así, suerte que no aceptó la invitación a champagne. Tengo velas, quizá esté entrando de nuevo en una cadena positiva. No tengo ni mechero ni cerillas.
La cadena familiar. No me refiero a una cadena de negocio o artística, en esta ocasión me refiero a romper el vínculo, romper la cadena que te retiene en casa de tus padres. Cuesta un montón dejar este sitio idílico para volar por tu cuenta, con lo calentito que se está y lo bien que se come, qué penita, pero es una cadena que tarde o temprano hay que romper. Después viene cuando la rompen tus hijos, o cuando les dices “o te vas de casa (romper la cadena) o te rompo la cabeza (romper). Espabila tío, que ya vale de vivir a la sopa boba, viniendo a la hora que quieres y haciendo lo que quieres, has destrozado el lado romántico que teníamos con tu madre, que te pires, queremos recuperar el tiempo perdido”.
Podría estar hablando de cadenas eternamente, las de la esclavitud, las de la prostitución, las del dinero, las del matrimonio, las de la policía, de las galeras, las de oro, de plata, las de radio, las de televisión, las de las motos o de las medallas, pero paro aquí, aquí rompo mi cadena de palabras. He llegado a una conclusión: Las buenas cadenas son las que te impones tú y las malas las que te imponen y te amarran contra tu voluntad. También hay, en ocasiones, cadenas malas que tú te has impuesto, pero esto es otra historia que posiblemente nunca cuente.